Este pasado domingo ha sido un día triste y desgarrador para todos nosotros, especialmente para la comunidad de oncología médica, la medicina en general y, por supuesto, para los pacientes. Hemos perdido a una persona excepcional, la doctora Carmen Herrero, a sus jóvenes 37 años, después de una ardua batalla contra un cáncer gástrico metastásico.
Resulta extremadamente complicado y doloroso escribir un obituario para alguien como Carmen, a quien conocerla significaba quererla de inmediato. Nuestro primer encuentro tuvo lugar cuando ella terminó su carrera de Medicina y se presentó al examen MIR, obteniendo una calificación sobresaliente que le permitía optar por cualquier especialidad. Sin embargo, Carmen eligió la Oncología Médica en la Fundación Instituto Valenciano de Oncología, donde yo era el jefe del Servicio.
Desde el primer día que llegó, Carmen cautivó a todo el hospital con su dulzura, su disponibilidad, su compromiso, su espíritu de compañerismo y su excelencia en el trato con los pacientes. Además, destacaba por su encomiable capacidad de trabajo y su inmenso interés por desarrollar temas de investigación en el campo de la oncología.
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